PERU
El valle Sagrado, Cuzco y alrededores.
"Viaje de mi tío modes, que yo se que lleva un gran viajero dentro de él"
Dentro de todas las imágenes que guardo de aquel viaje a Perú, quizás sea la del Valle Sagrado la que más perdura y la que mejores sensaciones me devuelve, años después de haberlo dejado. Salimos de Juliaca, por la carretera que une Puno con Cuzco (unos 500 kms.) La carretera estaba en obras en sus dos vertientes y tuvimos que realizar un viaje tranquilo, pausado. En mitad del camino hay varias chancherías, donde se puede comer cerdo asado con la incacola peruana.
Llegar a Cuzco, es atravesar una gran avenida llena de gasolineras, muchas de ellas cerradas, destartalada, y avanzar hacia un centro que presupones magnífico, monumental y que ves rodeado por una ciudad caótica en su urbanismo, pero no tan caótica como Lima en su tráfico. Vemos universidades, jóvenes y nos vamos acercando a la gran plaza de armas. Un vistazo y dejamos el centro por que nuestro destino de alojamiento está en Calca. Para acceder a su carretera, subimos por la cuestas que conducen al valle y nos encontramos con una vistas maravillosas de Cuzco desde unos 100 metros más de altitud. Contemplo la plaza y sus alrededores, su urbanismo bastante ordenado en torno a la plaza y desordenado en el resto.Antes de seguir pasamos por las ruinas impresionantes de Sacsayhuamán, donde se celebran importantes fiestas que intentan mantener las raíces incaicas, son unas ruinas posiblemente de origen ceremonial, a 2 km. De la plaza de Cuzco y las dejo atrás con la impresión de una grandeza en la construcción que aún no ha colmado mi imaginación.
La carretera nos conduce a Pisac, el primer pueblo del valle. Pecunias arboledas rodean la carretera del valle, que sigue la senda del río Urubamba, adentrándose en el valle. A Pisac volveré otro día, acompañado por varios adolescentes de los que viven en Calca en régimen de acogimiento, con mi amigo salesiano Alfonso. Ascendemos con el carro hasta detrás de las ruinas que se alzan encima del pueblo y uno de ellos se trae de vuelta el carro, mientras los demás atravesamos las ruinas y bajamos andando desde las mismas hasta el pueblo, en el que adivinamos el mercado dominical, con cientos de toldos azules que llenan las calles y plazas del pueblo, convirtiéndolo en un mercado gigante, similar al de Chinchero, en otra carretera que comunica el valle con Cuzco.Las ruinas son espectaculares, la perspectiva desde arriba, el pensar cómo pudieron crear aquellas fortalezas, ésta que defiende la entrada del valle y la de Ollaytaitambo, que la cierra en el otro extremo, cómo pudieron subir las piedras, trabajarlas... me hace quedarme con la mente desasosegada, insatisfecha con las tres u cuatro teorías que nos cuentan las gentes del lugar o los libros que nos ilustran. El mercado nos llama con colores sin fin, con miradas a un montón de cosas que me llevaría ara mis hijas, mi hijo pequeño, mi mujer, mis amigos, mi ... cualquier cosa llama mi atención y observo y paso y vuelvo a mirar. Los olores. Sin ser maravillosos todos ellos se mezclan de tal forma que despiertan la nariz y el apetito y probamos algo en el puesto que nos parece más higiénico (no hay que llevar muchos ascos a Perú). Está rico y nos vuelve a poner las pilas antes de volver a tomar el carro y regresar a Calca.
Otro pueblo del valle es Urubamba, con el mismo nombre que el río. No recuerdo más que la plaza y dos buenas razones para ir: el hotel de cabañas junto al río y la fábrica de artículos de lana de alpaca y llama, donde, en su tienda, se pueden encontrar artículos rebajados y prendas con colores preciosos. Vuelta a Calca, donde resido estos diez días y un pueblo sencillo, con la inexcusable plaza de armas, la iglesia colonial, con tendencia hacia el barroco y alrededores junto al río, donde es grato pasear. Es otro Perú, viniendo del altiplano de Puno y Juliaca, la temperatura es más agradable, las noches son preciosas y desde aquí se accede a Amparaes Lacco, valle donde trabaja mi amigo, construyendo la carretera que une estos núcleos con los valles siguientes y que posibilitará el tráfico de caravanas para vender y comprar sus artículos,
Subo hasta los 4950 metros en la carretera y los precipicios que me rodean me dejan sin aliento, Aquí ya no hay vegetación, como en el valle, donde existen extensos campos de maíz, arboledas junto al río... aquí no hay nada. Sólo piedras y alguna planta que se atreve a asomar las pocas hojas que tiene. Al subir, hemos visto algunas pequeñas plantaciones de patatas que los que viven por aquí utilizan para sembrar y después secan al sol. También algunos pájaros que a ras de suelo, parecen no querer despegarse demasiado del suelo.Vuelvo a bajar hasta los pueblos de Amparaes y conozco otro pueblo mucho más alejado del valle, con menos recursos y más pobreza. Voy con ellos a misa y duermo en su albergue, con cuatro mantas que no logran quitarme la sensación de frío que tengo. En el patio, un mural une dos dantzaris euskaldunes y dos incas. Todo un símbolo. Otro de los viajes que puedo hacer, coincidiendo con la fiesta del Carmen es Paucartambo. La víspera se reúnen cientos de personas en un pueblo más o menos pequeño a esperar a los habitantes que, con máscaras ceremoniales y trajes de colores, bailando y cantando por las calles. Después de comprar una botella de ron de contrabando y coca cola, nos subimos al monte de trescruces, desde donde es típico, ver amanecer (dicen que es uno de los más bellos amaneceres del mundo), justo encima de todo el amazonas, en el extremo sur del parque del Manu, desde 3500 metros de altitud, muy cerca de la frontera con Brasil.
Los habitantes han subido café y lo venden para pasar el frío hasta el amanecer. Debajo mío, tres mil kilómetros de selva verde, no me impiden observar cómo el sol, saltando de repente por encima del océano atlántico y el amazonas, hace extraños dibujos mientras tratamos de hacer fotos y retener en la memoria aquellos momentos, muertos de frío en el todo terreno que nos traído hasta aquí.
Del valle sagrado sólo nos queda Ollantaytambo, que conocemos cuando vamos a coger el tren para ir hasta las ruinas de Machu Picchu. Es un pueblo donde hay mucha actividad pues empieza el camino inca. Las calles están llenas de gente y la impresión de las calles es de fortaleza que cierra el valle. Las ruinas cercanas llenan las fantasía de princesas y reinas retiradas, de sacerdotes en templos que ascienden por laderas imposibles y se miran de una ladera a otra, mientras el agua baja por las bien pensadas y trabajadas piedras.Subido en el tren, miro los alrededores del camino, intuyo a los caminantes que están haciendo el trayecto e imagino lo que nos está esperando mas allá. Lego a Aguas calientes y el frenesí del movimiento apaga mis ensoñaciones. Autobús hasta las ruinas y carretera arriba. Vamos ascendiendo lentamente y, por fín, nos encontramos frente a Machu Picchu. Por indicaciones de mi guía personal, un joven de Urubamba, estudiante en Cuzco, subimos primero a la puerta del sol, que es por donde acceden los que vienen a pie. Desde allí me hago una idea de la situación de cada cosa, me voy empapando de sol (es muy pronto) y observo el Wayna Picchu enfrente. Las explicaciones de mil tonos no acaban de llenar de contenido lo que mis ojos tienen delante. Sí, realmente es maravilloso.
Paseo después lentamente durante cuatro horas por las ruinas, escucho a algunos guías que hablan de medir el tiempo, de vírgenes dedicadas a la religión, de teorías sobre el emplazamiento de estas ruinas, pero lo que mi mente no consigue alcanzar es el espacio donde me hallo, en lo alto de un monte enorme, rodeado por los cuatro lados de precipicio y con otras maravillosas montañas enfrente, por todos los lados. Para mi suerte, el sol luce espléndido y sólo algunas nubes pegadas a alguna montaña rompen el azul que me rodea por arriba y el verde de los montes por abajo. La sensación se pegará en piel para siempre. Sólo me queda reflejar mis sensaciones en Cuzco. Es el único sitio, además del valle sagrado, donde conduje el coche. Aparcaba detrás de la plaza de Armas, junto a la plaza de la policía y me dedicaba a callejear y visitar sus templos, casonas, tiendas... Viajé cuatro días y volvería muchos más. Encontré tiendas de cerámica en calles empinadas, restaurantes donde probé los vinos de Perú y Chile, iglesias donde reconocí el barroco de la época en que fueron hechas, templos incas convertidos en palacios o similares, pero sobre todo, callejeé tranquilo, sin prisas y volvía una y otra vez a sentarme en la plaza, o a observar desfiles de escolares preparando la fiesta nacional... Me enamoré de la tranquilidad de mi viaje en Cuzco.
Del resto de mi viaje en Perú: Lima, Juliaca, Puno, lago de Arapa... contactos con gentes de ONGDs que trabajan allá, será otro capítulo aparte. Esta vez era relatar el viaje al valle sagrado y alrededores. Felices viajes.Una página de internet para llenar de fotos este relato: http://www.cusco-peru.org/cusco-peru.shtml
Modesto Amestoy, noviembre 2006 (El viaje fue en el 98, en julio).
Aprovecho para poner su blog: http://modessukaldari.blogspot.com/
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